Para constribuir con el cuidado del medio ambiente y el buen uso de las energías renovables se aconseja instalar calderas de biomasa.

El principal problema para estas calderas es que su coste inicial es muy elevado en comparación con el precio de las que utilizan combustibles fósiles. Otro de los problemas es la logística, es decir, el transporte de la biomasa, ya que si no hay un suministro cercano, el coste del combustible se vería encarecido.   

No obstante en lugares fríos las calderas se amortizan en un corto espacio de tiempo, aproximadamente dos años, y en aquellas zonas donde la biomasa es gratuita, ya que la producen ellos mismos, la caldera se puede amortizar mucho antes, llegando a ser muy rentable su uso. 

Los humos resultantes de la combustión de biomasa se componen básicamente de CO2, cuyo ciclo es neutro, y vapor de agua; la presencia de compuestos de nitrógeno, azufre o cloro es muy baja. No obstante, la emisión de partículas es importante, aunque es fácilmente controlable a través del control de la combustión y de la colocación de ciclones. Además, en caso de que la combustión sea deficiente, puede emitirse CO, aunque en bajas cantidades. 

Las calderas de biomasa deben respetar, al igual que otras clases de instalaciones de combustión,  unos límites de emisión de contaminantes a la atmósfera, que generalmente vienen marcados por las normativas de ámbito local. Cuando no exista normativa local al respecto, las emisiones de partículas no deberán exceder de 150 mg/Nm3 y las de CO no deben superar los  200 mg/Nm3 a plena carga

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