Los cuentos clásicos han sido leídos y lo serán por generaciones, pasadas, presentes y futuras y cuentan historias, en las que mujeres y hombres se relacionan.

Los clásicos, ¿quién no recuerda La Cenicienta, Blancanieves, Caperucita Roja?. A todos y todas nos han leído cuentos y probablemente ahora se lo leamos a nuestros hijos e hijas. Y ¿qué contamos en ellos? Como una bella mujer se mantiene dormida durante años esperando a que un fantástico príncipe la despierte con un beso o la historia de Cenicienta, ninguneada por sus hermanastras y su madrastra, en un claro ejemplo de misoginia femenina.

Mujeres que van por la vida de “media naranja” buscando a la otra media como seres incompletos. Los cuentos transmiten comportamientos y valores y, en la mayoría de los casos, muestran a las mujeres como personas sumisas, cuya única ambición vital es conseguir que un príncipe encantado les declaré su amor eterno y las salve de su, hasta entonces, aburrida vida. ¿Cómo habría cambiado el cuento si los siete enanitos hubiesen colaborado con Blancanieves en las responsabilidades domésticas? o ¿la Bella Durmiente no hubiese esperado al Príncipe para ser despertada?

Eso es otra historia, pero no debemos olvidar que los cuentos e historias que contamos, transmiten valores, emociones, sentimientos y comportamientos y que todos ellos, ayudan a conformar la personalidad.

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