Ambas son esponjosas y se deshacen en la boca, pero, ¿son completamente iguales?

Cuando pensamos en una mousse o una espuma enseguida viene a nuestra mente un alimento, normalmente dulce, frío, ligero y muy esponjoso. Y es que ambas están formadas por burbujas de aire minúsculas separadas por un líquido, que se deshacen en nuestra boca. No obstante, una mousse y una espuma no son exactamente lo mismo: su composición es diferente y, por lo tanto, el resultado final, también.

 

La mousse está compuesta por el ingrediente principal (chocolate, fruta, crema...) y claras de huevo montadas al punto de nieve o nata montada junto con, habitualmente, algún estabilizante como la gelatina, que se solidifica cuando refrigeramos la mousse, haciéndola más estable e impidiendo que el líquido se caiga de las paredes deshaciendo las burbujas de aire. Para la conservación de la mousse es imprescindible el frío. El resultado es un alimento cremoso y muy suave en sabor, pues el huevo y la nata matizan el sabor principal de la mousse.

 

Por su parte, la espuma se elabora con un sifón: cargas de nitrógeno que insuflan gas. Se evita así la adicción de claras de huevo o nata montadas para conseguir la textura esponjosa característica de la mousse. El sifón, asimismo, nos permite elaborar espumas calientes, no es imprescindible el frío. El resultado final es un acabado más ligero y un sabor principal mucho más profundo, pues podemos prescindir de todo tipo de añadidos y hacer una espuma a base, únicamente, de chocolate fundido, zumos de frutas...

 

Imagen: saaleha.

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